lunes, 26 de enero de 2015

2099:viaje al exoplaneta Excelsius. Parte II



La nave EcoHispania IV flota ahora sobre un remanso espiral de 200.000 luceros. Los astronautas, sin embargo, creen que viajan a la derivan. El monitor de control tarda un minuto en confirmar que aquel mar de constelaciones en calma es, en efecto, nuestra galaxia. Resulta sorprendente y hasta disparatado: han recorrido en segundos los 27.000 años luz que les separaban del brazo de Perseo, la zona sudoeste de la nebulosa. Para cubrir esa misma distancia en la Tierra, hubieran necesitado cientos de milenios. El desplazamiento por una teleautopista es muy similar a hacerlo a través de un agujero negro. La diferencia entre ellos estriba en que caer dentro de un agujero negro tendría consecuencias fatales. Hubieran quedado atrapados en una gigantesca red de araña de la que no habría ya modo humano ni cósmico posible de escapar. Ni vivos ni muertos. Y, lo que es peor, sufriendo una terrible agonía. Porque además de deformarse el tiempo y el espacio que es lo que permite saltar al futuro, al alcanzar la zona de singularidad los cuerpos y materia atrapados son estirados, vaporizados y desgarrados violentamente hasta acabar por desintegrarse. La primera escala apenas ha durado quince segundos cronometrados pero ellos tienen la sensación de que el tiempo ha transcurrido a cámara lenta. Nadie ha perdido la conciencia. Pero sí se encuentran levemente aturdidos por el impacto del viaje exprés en su cuerpo y mente. Sus movimientos son torpes y lentos al principio. Almudena, la astrofísica de Toledo, experimenta además alucinaciones pero su estado de ánimo raya la euforia como el del resto. Rocío tarda un poco más en reaccionar y celebrar con sus compañeros el éxito de su primera incursión por un agujero de gusano. El sistema que regula el índice de gravitación parece que falla porque levitan. Sus cuerpos burbujean como la alegría que les desborda. Sus caras lunares sonríen, sus ademanes, ahora más ágiles y vivos, evidencian el optimismo, la euforia desatada por estar viviendo un momento único en la historia de la humanidad. Un jolgorio contagioso del que el trío de robots participa a su manera. Componiendo con los dedos el signo de la victoria y entrechocando sus manos de grafeno con las manos enguantadas de carne y hueso. Cuando los ánimos y los valores gravitatorios se van normalizando, concentran de nuevo su atención sobre la pantalla del monitor. Rocío, la astrofísica sevillana, acaba de poner en marcha el telescopio para avistar la nube de estrellas que forma la galaxia. A diferencia de la observación realizada desde la Tierra, se descubre ante ellos una miríada de luces nítidas y rutilantes aunque extrañamente móviles, cada vez más numerosas y lejanas como estrellas fugaces. Su belleza pasajera titilando en un espacio infinitamente dilatado, errante los sobrecoge, les corta las palabras. La mujer activa después el radiotelescopio. Los cuatro humanos mudan su expresión de pronto. Muestran ahora circunspección y tensión. Tratan de encontrar una teleautopista joven relativamente lejana a un agujero negro supermasivo, que saben que abundan en el centro de la Vía Láctea. Y, efectivamente, constatan con preocupación que hay a su alrededor más de uno acechándoles como guaridas de lobos. El interior de un agujero negro genera un campo de gravedad que nada, ni siquiera la luz puede escapar de él. Además son muy tramposos. No se dejan avistar directamente. Su presencia se detecta a través de los rayos x emitidos por estrellas binarias y galaxias activas próximas. Tras localizar y marcar la posición de las estrellas sobre las que inciden los agujeros negros que minan con su poderosa energía el núcleo de la galaxia, repasan con tiempo e inquietud las constelaciones recién apagadas. Y la estrella que ha muerto más recientemente es, desafortunadamente, vecina del agujero negro más masivo. No tienen escapatoria. Es la teleautopista más contemporánea a ellos de toda la galaxia. La única que de nuevo les devolverá al punto de partida, la Vía Láctea, y de ahí a la Tierra, en caso de culminar con éxito su misión. Pero no logran ponerse de acuerdo. El temor de acabar pereciendo en las fauces de un agujero negro los acorrala y paraliza. El tiempo se esfuma presuroso y estrangulador. Rocío y Gorka, solteros y sin familia, apuestan por dirigirse a otra teleautopista más longeva y alejada de la zona de peligro. Tomando esta vía retrocederían de diez a veinte años al regresar a su planeta. Una minucia temporal que no sólo preservaría sus vidas del riesgo de caer por accidente en el vacío, sino que ganarían años a la vida. Sin embargo, los otros dos astronautas humanos que insisten en seguir las directrices marcadas por el Instituto Espacial Surconfederado (IES), acaban convenciéndolos de lo contrario. Cada uno se coloca en el puesto asignado y se prepara para afrontar la travesía más larga y difícil del viaje. Pese a que Xavier, padre de familia, tiene más pericia como piloto, Gorka decide por esta vez comandar la nave. El resto se parapeta con cierto recelo en sus cápsulas translúcidas clavando su atención en Gorka. El vehículo da un rodeo con el fin de tomar la teleautopista por el extremo opuesto a la boca negra. Se aproximan. El conductor se aferra a los mandos. La tripulación observa y espera inmovilizada, olvidándose de respirar. Se disponen a entrar pero Hispania IV vira de pronto de un modo abrupto. Gorka intenta en vano de rectificar el rumbo. La nave está fuera de control. El agujero negro supermasivo ejerce sobre ella un magnetismo irresistible que la doblega y atrae como una brizna de chatarra. Gorka sale despedido e impacta contra el cristal frontal del aparato. Xavier se desprende rápidamente de su cápsula. Avanza con dificultad agarrándose a los respaldos de los asientos y se hace con los mandos. Pero se barrunta que es demasiado tarde para lograr esquivar el agujero. Mientras, Gorka sigue dando tumbos de un lado a otro de la nave en posición fetal y con las manos sobre la nuca. La inminencia del fin impele a Xavier a gritar con fuerza, con rabia. Y parece que su ingenio, espíritu y cuerpo se impregnan de esa misma fuerza colérica, descomunal para afianzarse en el asiento y activar en el último instante los motores retroturbopropulsores que los impulsa hacia atrás y consiguen alejarlos de una muerte segura. Gorka se ha fracturado al parecer varias costillas. Xavier le ayuda a sentarse y protegerse con su equipo individual antes de internarse en la segunda teleautopista. Segundos después son succionados por el sumidero de la estrella y se precipitan a través de su interminable intestino. La velocidad endiablada, demencial con la que caen contrae su campo de visión hasta el tamaño de un garbanzo. Los cuerpos celestes que tienen delante se aglomeran y proyectan haces de luz de color azul pero si vuelven la mirada hacia atrás, ven cómo se dispersan y se vuelven rojas. Con todo, la experiencia resulta más pausada e intensa que en la primera escala. Se han podido recrear más tiempo con las imágenes regresivas del alumbramiento del Universo y de su visión futura tras conseguir avanzar cinco millones de años luz. Un recuerdo que ha quedado también grabado en la memoria del ordenador para ulterior estudio y deleite de científicos y profanos. Cinco minutos de destellos cósmicos que darán en los próximos días la vuelta a la Tierra y que, sin duda, revolucionará el mundo. Impactos visuales capturados a una rapidez tan vertiginosa e inconcebible para la mente del hombre como lo son las sobrehumanas distancias y dimensiones de la bóveda celeste. Un mundo excesivamente grande y remoto que no cesa de crecer y alejarse. Un mundo únicamente abarcable durante siglos por teorías y ecuaciones que no eran sino meros espejismos y jirones de la realidad que escondía. Pero que a partir de ahora empezaba a estar al alcance de la mano. Un prodigio de la inteligencia y el progreso humanos que, como el Universo, porfían por romper sus propios límites y barreras en su afán de alcanzar el conocimiento de la verdad. Desvelar los misterios, origen y destino de la vida. Hace unos minutos que han salido de la teleautopista. Xavier se desprende de su cápsula perezosamente y se eleva sin voluntad como un globo de gas. Una rara inercia lo lleva junto a los tres robots. La misma fuerza que impulsa a Rocío a reunirse con ellos apenas noventa segundos después. Sin embargo, flotar en esos instantes es lo que menos desean el hombre y la mujer. Necesitan restablecer la circulación normal de su flujo sanguíneo y superar el embotellamiento, atonía muscular y somnolencia causados por el viaje en el tiempo. Son conscientes de que lo han logrado y de que están a un paso de llegar a Excelsius pero se sienten sin fuerzas ni ánimos para celebrarlo aún. Almudena sale de su burbuja al fin. Pero tras sufrir de nuevo alucinaciones y delirios, es presa de un episodio epiléptico que la sume en un estado de inconsciencia del que no acaba de despertar. Xavier y Rocío necesitan confiar que su compañera, una de las más reputadas y expertas astrofísicas del mundo, recobrará la conciencia para cuando aterricen en el exoplaneta. Ambos se dirigen luego movidos por un pálpito hacia donde está Gorka, que todavía permanece dentro de su equipo de protección. Y comprueban con gran consternación que una hemorragia interna ha sellado su acta de defunción. Xavier y la mujer se miran en silencio. Un par de lágrimas se detienen y anegan los ojos de Rocío. El destino se halla tan próximo que ni el llanto parece capaz de contenerlo.

viernes, 16 de enero de 2015

2099: viaje al exoplaneta Excelsius. Parte I




La primera potencia mundial en la carrera espacial, los Estados Confederados del Sur (EE CCOS), llamado España hasta 2025, está a punto de marcar un hito en la historia de la cosmonáutica. Lanzará por primera vez una nave tripulada con la doble misión de viajar y explorar en un tiempo récord el planeta extrasolar Excelsius con el fin de obtener nuevas fuentes de energía. La nave EcoHispania IV no sólo se aventurará a ir más allá de nuestro sistema solar si no que lo hará desafiando las leyes del tiempo y el espacio convencionales internándose en teleautopistas conocidas como agujeros de gusano intergalácticos.
La explotación de la plataforma petrolífera en las islas Canarias durante ocho décadas  consecutivas, los sucesivos gobiernos y políticas impulsados por los partidos y movimientos de ciudadanos Lo conseguiremos (Locos), Sólo juntos avanzaremos (Sojuav), Nuestras ideas suman (NI+), Trabajemos por el futuro (TxF) o El futuro es progreso (F=P) han hecho posible que EE CCOS despuntara y acabara imponiéndose en el campo de la investigación y aplicación tecnológica y científica aeroespacial. Avances que han redundado al mismo tiempo en una mejora significativa en la calidad de vida de sus habitantes.
A día de hoy es un país rico y avanzado que disfruta de una de la rentas per cápita e índice de bienestar y felicidad más elevados de Europa, superando incluso desde 2095 al supergigante asiático integrado por China e India. Los Emiratos Árabes y Arabia Saudí que, una vez extraída la última gota de crudo a finales de 1970 y 1980 respectivamente, compiten en la carrera espacial destinando el remanente de su riqueza nacional en viajar a otros planetas y hallar energías alternativas más limpias. Rusia y EE UU constituyen las dos potencias que mueven y entretejen los meridianos y paralelos del mundo al acaparar la mayor riqueza de petróleo y renta por persona. Aunque registran también las tasas más elevadas de criminalidad y suicidios dentro del conjunto de países desarrollados.
En EE CCOS los puestos de trabajo de largas jornadas que requieren mano de obra son cubiertos íntegramente por robots manuales especializados en lugar de por inmigrantes. Gracias a la implantación de programas software y de inteligencia artificial punteros de alta eficacia los beneficios económicos obtenidos de este modo se reparten entre el sector empresarial, los estados confederados y sus ciudadanos que dejaron de estar obligados a cotizar en la seguridad social desde el año 2088. Desde su nacimiento, los ecosureños perciben una renta vitalicia y un par de robots personales. Mientras un humanoide atiende los quehaceres domésticos, el segundo se encarga de entrenar y potenciar su talento natural y capacidades psicoemocionales y sociales. Las baterías ultraligeras de recarga solar instantánea con las que funcionan la robótica y un sinfín de aparatos de uso cotidiano así como el transporte rodado y aéreo individual y de pasajeros son fabricados a partir del grafeno, un material muy versátil, de múltiples cualidades y usos que, tras abaratarse en los últimos años, corre el peligro de desaparecer. Incluso la aeronave EcoHispania IV, que está a punto de despegar, se mueve gracias a él. Y lo contiene en su interior y superficie. En sus huesos y músculos livianos y flexibles pero duros, doscientas veces más resistentes que el acero y capaces de autoregenerarse; en su piel, poros, cerebro y neuronas que conducen con la máxima eficacia y rapidez el calor y la electricidad. Lleva grafeno hasta en el corazón mismo que lo propulsará en dirección a nuestra Vía Láctea.
Desde la madrugada del veintiséis de octubre cientos de miles de ecosureños se agolpan tras la alambrada de la estación del Instituto Espacial Surconfederado (IES) para contemplar, fotografiar y grabar de primera mano la que constituye una hazaña sin precedentes en la historia de la navegación sideral. La primera misión tripulada Éxodus I, con destino al exoplaneta Excelsius. El planeta fue descubierto por el equipo de astrónomos del IES dirigido por el astrofísico Celso Ramírez a través de Lumen, el mayor telescopio óptico del mundo, cuando el planeta transitaba frente a una estrella que lo hizo visible. Con la puntuación ESI de 0,9, Excelsius está clasificado dentro de la Zona Habitable y, por tanto, se presume que pudiera o ha contenido alguna vez agua en su superficie.
Los siete astronautas llegan a las diez de la mañana, hora peninsular, en un vehículo aéreo a la explanada del desierto de Almería Los Áridos donde antaño se rodaban películas espaguetis-western. El termómetro marca 33 grados. Al salir del coche para dirigirse a la rampa de entrada de la nave nadie distingue al par de mujeres astrofísicas de los dos hombres exobiólogos envueltos como van de pies a cabeza con monos de color beige. Pero los dispositivos personales de los asistentes capturan al instante los movimientos coordinados algo ralentizados de los tres robots humanoides que aparecen a cara descubierta y vestidos con ropa más ligera y ajustada. Los tres son reproducciones que corresponden a un mismo prototipo de varón, sólo que llevan injertos de pelo de diferente color. Las mujeres jóvenes suspiran al contemplarlos a través de sus potentes zooms o de una de las cuatro pantallas gigantes instaladas en el recinto. Podrían pasar perfectamente por un bello trío de galanes de cine. Pero éste no es el papel que están llamados a desempeñar en la misión Éxodus I. Se han concebido y preparado para poder ver en la oscuridad, soportar las extremas temperaturas y condiciones medioambientales de Excelsius, explorar su territorio profundamente abrupto y desgajado por la constante actividad volcánica  y recoger muestras de sus rocas de hielo, polvo y minerales. Todo ello con la esperanza de hallar y poder extraer en un futuro próximo minerales con los que producir nuevos materiales y energías más limpias para la atmósfera de la Tierra y seguir avanzando en la robótica, la ciencia y la tecnología. Tras reiterados fracasos de misiones anteriores realizadas alrededor de nuestro sistema solar, el viejo sueño acariciado durante décadas de encontrar la huella silenciosa de vida bacteriana parece que se haya desvanecido. Pero aunque a priori resulte remota constituye una posibilidad que late de nuevo en los corazones e imaginación no sólo de los ciudadanos sino de los científicos cada vez que el hombre se aventura a explorar el espacio.
Una calima densa y marrón colorea una vez más el cielo aunque está despejado de coches. La gente ha respetado la prohibición de volar esta mañana. Un sol justiciero incide contra la superficie de la nave y curte un día más el polvo del desierto. A las 10:59:50 segundos las cuatro pantallas gigantes anuncian al unísono el comienzo de la cuenta atrás recogiendo un primer plano de la base de lanzamiento y EcosHispania IV. La tribuna elevada agradablemente refrigerada donde se sitúa la sala de prensa es ahora un hervidero de actividad y voces que trasladan información e imágenes en directo y simultáneamente a cualquier punto del planeta.
A las once la nave, desprovista de cohetes y  lanzadera, se alza puntual en el aire a unos 140.000 km por hora escupiendo por unos instantes un zumbido sordo y una fina estela de arena y calor por encima de una vorágine de cabezas, cámaras de periodistas y corresponsales y dispositivos personales. Y ante el silencio admirativo de una multitud de ojos expectantes EcosHispania IV atraviesa como una flecha supersónica un ovillo de nubes arenosas encaminándose hacia la Luna y luego al corazón de la Vía Láctea desde donde podrá llegar a Excelsius, su destino final.
Recorren en menos de tres días los 384.400 km que distan de la Tierra a la Luna. Y sin dejar de orbitar, la astrofísica sevillana, Rocío, pone en marcha el radiotelescopio electrónico mientras sus compañeros observan y analizan los datos que va arrojando la pantalla sobre la magnitud y frecuencia de ondas electromagnéticas que irradian las estrellas más próximas. Constatan con gran alivio que aquella zona está libre de agujeros negros y, en consecuencia, no existe el riesgo de ser atraídos y engullidos por su fuerza gravitatoria. Registraba la máquina los últimos resultados cuando Gorka, el integrante más joven de la tripulación, señala con el dedo el punto exacto de una estrella que acaba de morir. Precisamente allí, en el cuerpo celeste que emite la señal más débil y el parpadeo más perezoso de la constelación que rodea a nuestro satélite natural, tomarán la primera teleautopista que les conducirá hasta la Vía Láctea, a unos 27.000 años luz de distancia. Un salto de titanes directo al futuro más remoto que jamás hubiera imaginado pisar algún día el ser humano. Lo más parecido a experimentar el infinito y su abstracción. Pero antes es de vital importancia recoger y conservar las coordenadas de la posición exacta que ocupa en el cielo aquella estrella recién extinta. Al comportarse igual que un agujero de gusano artificial, tendrían que volver a pasar por ella pero entrando por el otro extremo para regresar de nuevo al tiempo presente.
Xavier, el exobiólogo más alto y fornido, se sienta en la cabina de pilotaje y se encarga de virar y dirigir la nave hacia la primera teleautopista. El resto de la tripulación, incluidos los robots trillizos, se acomoda en sus respectivos asientos y manteniéndose bien firmes y pegados al respaldo, accionan el mecanismo del equipo de seguridad personal.
Los seis quedan encerrados casi al mismo tiempo en una cápsula anatómica transparente capaz de soportar la intensísima radiación inducida procedente del medio interestelar y amortiguar impactos producidos a velocidades superiores a la velocidad de la luz sin inflamarse, deformarse ni sufrir rasguño alguno. Como un rayo de grafeno EcoHispania IV se encamina directa hacia el ombligo de la estrella muerta. Un instante antes de penetrar en ella, Xavier pulsa el botón del mecanismo de protección individual y suelta los mandos de control.
La nave es atraída violentamente hacia el horizonte externo del cuerpo estelar dando un vuelco al desviar inesperadamente su trayectoria. De pronto cae en el horizonte interno por un extremo del agujero girando y acelerándose de un modo tan vertiginoso e instantáneo que la tripulación tiene ahora la impresión de que se ha detenido. Pero en realidad viaja a una velocidad imposible de precisar superior a la suma de la velocidad de la luz y del sonido. Los cuatro astronautas humanos permanecen expectantes, concentrados pero también azorados. Sus pupilas pavorosas, náufragas buscan la luz del cielo cuando de repente sus ojos, burbujas y la propia nave se colman con la extraordinaria visión de un destello luminoso cercano tan vivo y colosal como una galaxia incendiada de soles. Y son por espacio de unos segundos espectadores mudos de la fascinante historia de la creación del Universo. Pero el viaje ni el tiempo se detienen. Entran ahora en un agujero de gusano negro. Lo saben porque van a una velocidad aparente mucho mayor y se dirigen hacia afuera. Dentro del gusano el flujo del espacio convencional se invierte. Un nuevo flash de radiación proyecta esta vez ante sus ojos no menos maravillados un film de ciencia ficción sobre el futuro del Universo. Siguen cayendo y al cruzar el horizonte externo de un agujero blanco, reciben el tercer reflejo luminoso que les devuelve el espejismo del viejo Cosmos y el big bang. Al final del camino, el pasado y el futuro se cruzan por unos instantes. Detrás queda el Universo original formándose y delante, un nuevo mundo copia del anterior pero con los siete astronautas planeando sobre lo que parece la Vía Láctea, rodeados de miles de millones de brillantes estrellas. ¿Pero realmente podían asegurar que se trataba de la Vía Láctea y no de otra galaxia de las millones que pueblan el Universo en constante expansión? La incertidumbre se cierne de pronto sobre sus cabezas cual espada de Damocles a punto de caer y truncar su misión y esperanzas.

Continuará

Relato también publicado en la revista eye2magazine.com

martes, 6 de enero de 2015

De cómo salvé la vida en el naufragio del Juncal


El catorce de octubre de 1631, un día después de que falleciera el capitán general de la flota de la Nueva España, Miguel de Echazarreta, zarparon diecinueve buques de Veracruz (México) en dirección a La Habana y con destino final a mi lejana y añorada patria.
Viajábamos a bordo de la nao almiranta Nuestra Señora del Juncal más de trescientas personas y un cargamento superior a un millón de monedas de plata y reales, oro y otros metales preciosos, cacao, sedas y tintes.
Al cabo de unos días, encontrándome en cubierta con mis compañeros de tripulación, el viento del norte empezó a arreciar encrespando la mar y atrayendo hacia el galeón un ejército de nubes. Rápidamente el cielo se fue cubriendo de oscuros presagios.
Bajo las órdenes del contramaestre, los oficiales dividieron y organizaron en dos grupos a los marines, grumetes y pajes . Trabajamos con gran celeridad. Manipulamos escotas y recogimos velas, corriendo unos hacia babor y otros a estribor, nerviosos y agitados como una hueste de enfebrecidas hormigas que se mueven sin rumbo aparente y una visión clara de cómo actuar ante una emergencia.
Cuando bajábamos los velachos del mastelero de trinquete, el cielo comenzó a escupir rayos, truenos y mares de lluvia. El agua no sólo entraba por cubierta. Nuestra Señora del Juncal estaba agujereada por todas partes, de popa a proa, de arriba abajo, por la quilla, la bodega, los camarotes…Nada parecía salvarse a las filtraciones del agua del océano y la lluvia. Nos empleamos a conciencia en achicar de día y de noche el agua con ayuda de los cuencos más inverosímiles que se pueda imaginar, incluidos utensilios de cocina y de uso personal.
Después de dos semanas de temporal nos faltaban manos y las esperanzas de llegar a salvo a la costa de Campeche se desvanecían. Los camarotes estaban anegados y en cubierta el agua y las ratas ahogadas nos cubrían la cintura. El mástil mayor se había partido durante la realización de una maniobra fallida. Nuestro fatídico destino se acercaba inexorablemente. El Juncal se hundía con nosotros y parte del caudal de monedas y metales preciosos que Felipe IV había demandado con urgencia para que la corona española siguiera defendiendo y ocupando su lugar hegemónico en Europa.
Mientras unos continuábamos luchando contra los elementos y la razón, otros, tanto pasajeros como parte de la dotación de marines, andaban en apariencia ociosos. Entonces, sintiéndome de pronto desbordado por los acontecimientos, me atreví a mascar mi primera y, probablemente, única hoja de coca. Por suerte se conservaba prácticamente seca. Mascando en silencio y lentamente agradecí aquel caritativo regalo con que me había obsequiado un grumete estando aún en Veracruz.
Pero no estaba todo perdido para algunos de nosotros. Las más de trescientas atribuladas almas que había en el Juncal depositamos, en un momento u otro, nuestros ojos y última esperanza en la lancha destinada a salvaguardar el correo del monarca, a los nobles, al capitán y piloto del galeón.
Un grupo de hombres muy bien vestidos ofrecieron joyas al contramaestre a cambio de subir a la pequeña embarcación y librarse así de una muerte segura. Al parecer, tras varios intentos infructuosos por botar al agua la barca que carecía de mástil mayor, desistieron y se marcharon cabizbajos. Pero esto lo supe más tarde como también que aquellos aristócratas se retiraron a sus camarotes a esperar que la providencia hiciera su santa voluntad.
Apenas haría cinco minutos que había retomado con más calma y paciencia mi inútil labor de achicar agua, cuando el contramaestre me agarró de la camisa sucia y mojada y, sin mediar palabra, me arrastró junto a otro marinero hasta el lugar donde estaba la lancha. Nos sumamos a la veintena de hombres que maniobraban la barcaza, mientras un clérigo y otro pasajero se limitaban a observarnos y dar instrucciones que nadie atendía. El contramaestre regresó con un puñado de refuerzos más y, gracias a la experiencia y empeño del personal de la tripulación, conseguimos al fin hacernos a la mar.
Aquella noche del treinta y uno de octubre al uno de noviembre, subimos a la lancha un total de treinta y nueve pasajeros, el religioso, un comerciante y treinta y siete tripulantes, incluido el contramaestre. Mientras navegábamos pesada y lentamente por Cayos Arcas, entre la Bahía de Campeche y San Francisco, vimos afligidos cómo Nuestra Señora del Juncal desaparecía en el Golfo de México llevándose consigo al almirante de la flota Nueva España, Andrés de Aristizábal, y cerca de trescientas almas más. Que en paz descansen.
Con la barca sobrecargada, sin mástil mayor y apolillada, temí, y con razón, que nuestras vidas corrieran la misma suerte. Desde el momento que botamos la lancha, la mayoría nos dedicamos a recoger y tirar al mar con nuestros bonetes el agua que entraba por múltiples goteras. Y mientras unos pocos trataban de gobernar la embarcación y dirigirla hasta San Francisco de Campeche, el religioso se empeñaba en confesarnos y darnos la extremaunción a cada uno de nosotros. Sin apenas discutirlo acordamos rápidamente por unanimidad arrojar al clérigo a la borda con el fin de combatir no sólo el problema de sobrepeso que sufría la lancha. Cuando fuimos a cogerlo en volandas decididos a lanzarlo al agua, el muy astuto y rollizo religioso clamó piedad una y otra vez aferrándose a mi brazo con la fuerza de un león. No logrando zafarme de su mano, intermedié a su favor. Y entre sus ruegos, mis argumentos y gritos suplicantes, persuadimos al resto para que le perdonaran la vida. Finalmente tomamos la resolución de desprendernos de la mitad de las joyas y el botín que los nobles habían entregado al contramaestre. Una vez sanos y salvos, repartiríamos el resto del tesoro.
Cuando despuntaba el alba y después de pasar la noche en vela achicando agua, uno de los oficiales dio la voz de aviso de que había avistado un bote. De inmediato solté mi bonete, que quedó flotando en la superficie de la barcaza. Y levanté la mirada entre desfallecido y sorprendido buscando en el horizonte un resquicio de vida y movimiento al que agarrarme y no morir. Entonces divisé y reconocí el patache, la embarcación encargada de comunicarse y coordinar los diecinueve navíos que integraban la flota de la Nueva España. Tratamos de ponernos en pie todos a la vez mientras gritábamos y dirigíamos aspavientos de desbordante alegría y agradecimiento a nuestros salvadores. Un marinero y yo, no pudiendo contener por más tiempo la ansiedad y la emoción que nos embargaba, nos zambullimos de cabeza en el mar y nadamos extenuados y felices el centenar de metros que nos separaba del patache.
Ya en tierra, en Campeche, tuvimos noticias de que Nuestra Señora del Juncal no había sido el único navío de nuestra flota que había naufragado durante la travesía entre Veracruz (México) y La Habana (Cuba). También lo habían hecho, y antes que la almiranta, el galeón de escolta, Santa Teresa, y la nao mercante, San Antonio. Pero esta nueva desdicha no era la última que habríamos de lamentar. Porque a los pocos días de desembarcar, nos detuvieron a treinta y ocho de los treinta y nueve supervivientes del Juncal. La acusación: protagonizar un motín y provocar el naufragio de la nao almiranta. El denunciante: el religioso. ¡En mala hora no lo echamos a los tiburones!
Tras meses de incertidumbre arribamos a Cádiz el dieciséis de abril de 1632. Había transcurrido casi dos años desde que zarpamos de Sanlúcar de Barrameda rumbo a América. Pero aún tuvimos que armarnos de paciencia un poco más de tiempo antes de ser requeridos por la Casa de la Contratación, en Sevilla, y declararnos, por fin, inocentes de un delito que no habíamos cometido.

Relato publicado también en la revista eye2magazine.com



El príncipe feliz