La nave EcoHispania IV flota ahora sobre un remanso espiral de 200.000 luceros. Los astronautas, sin embargo, creen que viajan a la derivan. El monitor de control tarda un minuto en confirmar que aquel mar de constelaciones en calma es, en efecto, nuestra galaxia. Resulta sorprendente y hasta disparatado: han recorrido en segundos los 27.000 años luz que les separaban del brazo de Perseo, la zona sudoeste de la nebulosa. Para cubrir esa misma distancia en la Tierra, hubieran necesitado cientos de milenios. El desplazamiento por una teleautopista es muy similar a hacerlo a través de un agujero negro. La diferencia entre ellos estriba en que caer dentro de un agujero negro tendría consecuencias fatales. Hubieran quedado atrapados en una gigantesca red de araña de la que no habría ya modo humano ni cósmico posible de escapar. Ni vivos ni muertos. Y, lo que es peor, sufriendo una terrible agonía. Porque además de deformarse el tiempo y el espacio que es lo que permite saltar al futuro, al alcanzar la zona de singularidad los cuerpos y materia atrapados son estirados, vaporizados y desgarrados violentamente hasta acabar por desintegrarse.
La primera escala apenas ha durado quince segundos cronometrados pero ellos tienen la sensación de que el tiempo ha transcurrido a cámara lenta. Nadie ha perdido la conciencia. Pero sí se encuentran levemente aturdidos por el impacto del viaje exprés en su cuerpo y mente. Sus movimientos son torpes y lentos al principio. Almudena, la astrofísica de Toledo, experimenta además alucinaciones pero su estado de ánimo raya la euforia como el del resto. Rocío tarda un poco más en reaccionar y celebrar con sus compañeros el éxito de su primera incursión por un agujero de gusano.
El sistema que regula el índice de gravitación parece que falla porque levitan. Sus cuerpos burbujean como la alegría que les desborda. Sus caras lunares sonríen, sus ademanes, ahora más ágiles y vivos, evidencian el optimismo, la euforia desatada por estar viviendo un momento único en la historia de la humanidad. Un jolgorio contagioso del que el trío de robots participa a su manera. Componiendo con los dedos el signo de la victoria y entrechocando sus manos de grafeno con las manos enguantadas de carne y hueso.
Cuando los ánimos y los valores gravitatorios se van normalizando, concentran de nuevo su atención sobre la pantalla del monitor. Rocío, la astrofísica sevillana, acaba de poner en marcha el telescopio para avistar la nube de estrellas que forma la galaxia. A diferencia de la observación realizada desde la Tierra, se descubre ante ellos una miríada de luces nítidas y rutilantes aunque extrañamente móviles, cada vez más numerosas y lejanas como estrellas fugaces. Su belleza pasajera titilando en un espacio infinitamente dilatado, errante los sobrecoge, les corta las palabras.
La mujer activa después el radiotelescopio. Los cuatro humanos mudan su expresión de pronto. Muestran ahora circunspección y tensión. Tratan de encontrar una teleautopista joven relativamente lejana a un agujero negro supermasivo, que saben que abundan en el centro de la Vía Láctea. Y, efectivamente, constatan con preocupación que hay a su alrededor más de uno acechándoles como guaridas de lobos. El interior de un agujero negro genera un campo de gravedad que nada, ni siquiera la luz puede escapar de él. Además son muy tramposos. No se dejan avistar directamente. Su presencia se detecta a través de los rayos x emitidos por estrellas binarias y galaxias activas próximas.
Tras localizar y marcar la posición de las estrellas sobre las que inciden los agujeros negros que minan con su poderosa energía el núcleo de la galaxia, repasan con tiempo e inquietud las constelaciones recién apagadas. Y la estrella que ha muerto más recientemente es, desafortunadamente, vecina del agujero negro más masivo. No tienen escapatoria. Es la teleautopista más contemporánea a ellos de toda la galaxia. La única que de nuevo les devolverá al punto de partida, la Vía Láctea, y de ahí a la Tierra, en caso de culminar con éxito su misión. Pero no logran ponerse de acuerdo. El temor de acabar pereciendo en las fauces de un agujero negro los acorrala y paraliza. El tiempo se esfuma presuroso y estrangulador. Rocío y Gorka, solteros y sin familia, apuestan por dirigirse a otra teleautopista más longeva y alejada de la zona de peligro. Tomando esta vía retrocederían de diez a veinte años al regresar a su planeta. Una minucia temporal que no sólo preservaría sus vidas del riesgo de caer por accidente en el vacío, sino que ganarían años a la vida. Sin embargo, los otros dos astronautas humanos que insisten en seguir las directrices marcadas por el Instituto Espacial Surconfederado (IES), acaban convenciéndolos de lo contrario.
Cada uno se coloca en el puesto asignado y se prepara para afrontar la travesía más larga y difícil del viaje. Pese a que Xavier, padre de familia, tiene más pericia como piloto, Gorka decide por esta vez comandar la nave. El resto se parapeta con cierto recelo en sus cápsulas translúcidas clavando su atención en Gorka. El vehículo da un rodeo con el fin de tomar la teleautopista por el extremo opuesto a la boca negra. Se aproximan. El conductor se aferra a los mandos. La tripulación observa y espera inmovilizada, olvidándose de respirar. Se disponen a entrar pero Hispania IV vira de pronto de un modo abrupto. Gorka intenta en vano de rectificar el rumbo. La nave está fuera de control. El agujero negro supermasivo ejerce sobre ella un magnetismo irresistible que la doblega y atrae como una brizna de chatarra. Gorka sale despedido e impacta contra el cristal frontal del aparato. Xavier se desprende rápidamente de su cápsula. Avanza con dificultad agarrándose a los respaldos de los asientos y se hace con los mandos. Pero se barrunta que es demasiado tarde para lograr esquivar el agujero. Mientras, Gorka sigue dando tumbos de un lado a otro de la nave en posición fetal y con las manos sobre la nuca. La inminencia del fin impele a Xavier a gritar con fuerza, con rabia. Y parece que su ingenio, espíritu y cuerpo se impregnan de esa misma fuerza colérica, descomunal para afianzarse en el asiento y activar en el último instante los motores retroturbopropulsores que los impulsa hacia atrás y consiguen alejarlos de una muerte segura.
Gorka se ha fracturado al parecer varias costillas. Xavier le ayuda a sentarse y protegerse con su equipo individual antes de internarse en la segunda teleautopista. Segundos después son succionados por el sumidero de la estrella y se precipitan a través de su interminable intestino. La velocidad endiablada, demencial con la que caen contrae su campo de visión hasta el tamaño de un garbanzo. Los cuerpos celestes que tienen delante se aglomeran y proyectan haces de luz de color azul pero si vuelven la mirada hacia atrás, ven cómo se dispersan y se vuelven rojas. Con todo, la experiencia resulta más pausada e intensa que en la primera escala. Se han podido recrear más tiempo con las imágenes regresivas del alumbramiento del Universo y de su visión futura tras conseguir avanzar cinco millones de años luz. Un recuerdo que ha quedado también grabado en la memoria del ordenador para ulterior estudio y deleite de científicos y profanos. Cinco minutos de destellos cósmicos que darán en los próximos días la vuelta a la Tierra y que, sin duda, revolucionará el mundo. Impactos visuales capturados a una rapidez tan vertiginosa e inconcebible para la mente del hombre como lo son las sobrehumanas distancias y dimensiones de la bóveda celeste. Un mundo excesivamente grande y remoto que no cesa de crecer y alejarse. Un mundo únicamente abarcable durante siglos por teorías y ecuaciones que no eran sino meros espejismos y jirones de la realidad que escondía. Pero que a partir de ahora empezaba a estar al alcance de la mano. Un prodigio de la inteligencia y el progreso humanos que, como el Universo, porfían por romper sus propios límites y barreras en su afán de alcanzar el conocimiento de la verdad. Desvelar los misterios, origen y destino de la vida.
Hace unos minutos que han salido de la teleautopista. Xavier se desprende de su cápsula perezosamente y se eleva sin voluntad como un globo de gas. Una rara inercia lo lleva junto a los tres robots. La misma fuerza que impulsa a Rocío a reunirse con ellos apenas noventa segundos después. Sin embargo, flotar en esos instantes es lo que menos desean el hombre y la mujer. Necesitan restablecer la circulación normal de su flujo sanguíneo y superar el embotellamiento, atonía muscular y somnolencia causados por el viaje en el tiempo. Son conscientes de que lo han logrado y de que están a un paso de llegar a Excelsius pero se sienten sin fuerzas ni ánimos para celebrarlo aún.
Almudena sale de su burbuja al fin. Pero tras sufrir de nuevo alucinaciones y delirios, es presa de un episodio epiléptico que la sume en un estado de inconsciencia del que no acaba de despertar. Xavier y Rocío necesitan confiar que su compañera, una de las más reputadas y expertas astrofísicas del mundo, recobrará la conciencia para cuando aterricen en el exoplaneta. Ambos se dirigen luego movidos por un pálpito hacia donde está Gorka, que todavía permanece dentro de su equipo de protección. Y comprueban con gran consternación que una hemorragia interna ha sellado su acta de defunción. Xavier y la mujer se miran en silencio. Un par de lágrimas se detienen y anegan los ojos de Rocío. El destino se halla tan próximo que ni el llanto parece capaz de contenerlo.
lunes, 26 de enero de 2015
viernes, 16 de enero de 2015
2099: viaje al exoplaneta Excelsius. Parte I
La
primera potencia mundial en la carrera espacial, los Estados Confederados del
Sur (EE CCOS), llamado España hasta 2025, está a punto de marcar un hito en la
historia de la cosmonáutica. Lanzará por primera vez una nave tripulada con la
doble misión de viajar y explorar en un tiempo récord el planeta extrasolar
Excelsius con el fin de obtener nuevas fuentes de energía. La nave EcoHispania
IV no sólo se aventurará a ir más allá de nuestro sistema solar si no que lo
hará desafiando las leyes del tiempo y el espacio convencionales internándose
en teleautopistas conocidas como agujeros de gusano intergalácticos.
La
explotación de la plataforma petrolífera en las islas Canarias durante ocho décadas consecutivas, los sucesivos gobiernos y
políticas impulsados por los partidos y movimientos de ciudadanos Lo
conseguiremos (Locos), Sólo juntos avanzaremos (Sojuav), Nuestras ideas suman
(NI+), Trabajemos por el futuro (TxF) o El futuro es progreso (F=P) han hecho
posible que EE CCOS despuntara y acabara imponiéndose en el campo de la
investigación y aplicación tecnológica y científica aeroespacial. Avances que han
redundado al mismo tiempo en una mejora significativa en la calidad de vida de
sus habitantes.
A
día de hoy es un país rico y avanzado que disfruta de una de la rentas per
cápita e índice de bienestar y felicidad más elevados de Europa, superando
incluso desde 2095 al supergigante asiático integrado por China e India. Los
Emiratos Árabes y Arabia Saudí que, una vez extraída la última gota de crudo a
finales de 1970 y 1980 respectivamente, compiten en la carrera espacial
destinando el remanente de su riqueza nacional en viajar a otros planetas y
hallar energías alternativas más limpias. Rusia y EE UU constituyen las dos
potencias que mueven y entretejen los meridianos y paralelos del mundo al
acaparar la mayor riqueza de petróleo y renta por persona. Aunque registran
también las tasas más elevadas de criminalidad y suicidios dentro del conjunto
de países desarrollados.
En
EE CCOS los puestos de trabajo de largas jornadas que requieren mano de obra
son cubiertos íntegramente por robots manuales especializados en lugar de por inmigrantes.
Gracias a la implantación de programas software y de inteligencia artificial punteros
de alta eficacia los beneficios económicos obtenidos de este modo se reparten
entre el sector empresarial, los estados confederados y sus ciudadanos que dejaron
de estar obligados a cotizar en la seguridad social desde el año 2088. Desde su
nacimiento, los ecosureños perciben una renta vitalicia y un par de robots
personales. Mientras un humanoide atiende los quehaceres domésticos, el segundo
se encarga de entrenar y potenciar su talento natural y capacidades psicoemocionales
y sociales. Las baterías ultraligeras de recarga solar instantánea con las que
funcionan la robótica y un sinfín de aparatos de uso cotidiano así como el
transporte rodado y aéreo individual y de pasajeros son fabricados a partir del
grafeno, un material muy versátil, de múltiples cualidades y usos que, tras
abaratarse en los últimos años, corre el peligro de desaparecer. Incluso la aeronave EcoHispania IV,
que está a punto de despegar, se mueve gracias a él. Y lo contiene en su
interior y superficie. En sus huesos y músculos livianos y flexibles pero duros,
doscientas veces más resistentes que el acero y capaces de autoregenerarse; en su
piel, poros, cerebro y neuronas que conducen con la máxima eficacia y rapidez el
calor y la electricidad. Lleva grafeno hasta en el corazón mismo que lo
propulsará en dirección a nuestra Vía Láctea.
Desde
la madrugada del veintiséis de octubre cientos de miles de ecosureños se
agolpan tras la alambrada de la estación del Instituto Espacial Surconfederado
(IES) para contemplar, fotografiar y grabar de primera mano la que constituye
una hazaña sin precedentes en la historia de la navegación sideral. La primera
misión tripulada Éxodus I, con destino al exoplaneta Excelsius. El planeta fue descubierto
por el equipo de astrónomos del IES dirigido por el astrofísico Celso Ramírez a
través de Lumen, el mayor telescopio óptico del mundo, cuando el planeta
transitaba frente a una estrella que lo hizo visible. Con la puntuación ESI de
0,9, Excelsius está clasificado dentro de la Zona Habitable y, por tanto, se
presume que pudiera o ha contenido alguna vez agua en su superficie.
Los
siete astronautas llegan a las diez de la mañana, hora peninsular, en un
vehículo aéreo a la explanada del desierto de Almería Los Áridos donde antaño
se rodaban películas espaguetis-western. El termómetro marca 33 grados. Al
salir del coche para dirigirse a la rampa de entrada de la nave nadie distingue
al par de mujeres astrofísicas de los dos hombres exobiólogos envueltos como
van de pies a cabeza con monos de color beige. Pero los dispositivos personales
de los asistentes capturan al instante los movimientos coordinados algo ralentizados
de los tres robots humanoides que aparecen a cara descubierta y vestidos con
ropa más ligera y ajustada. Los tres son reproducciones que corresponden a un
mismo prototipo de varón, sólo que llevan injertos de pelo de diferente color. Las
mujeres jóvenes suspiran al contemplarlos a través de sus potentes zooms o de una
de las cuatro pantallas gigantes instaladas en el recinto. Podrían pasar
perfectamente por un bello trío de galanes de cine. Pero éste no es el papel
que están llamados a desempeñar en la misión Éxodus I. Se han concebido y
preparado para poder ver en la oscuridad, soportar las extremas temperaturas y
condiciones medioambientales de Excelsius, explorar su territorio profundamente
abrupto y desgajado por la constante actividad volcánica y recoger muestras de sus rocas de hielo,
polvo y minerales. Todo ello con la esperanza de hallar y poder extraer en un
futuro próximo minerales con los que producir nuevos materiales y energías más
limpias para la atmósfera de la Tierra y seguir avanzando en la robótica, la
ciencia y la tecnología. Tras reiterados fracasos de misiones anteriores
realizadas alrededor de nuestro sistema solar, el viejo sueño acariciado
durante décadas de encontrar la huella silenciosa de vida bacteriana parece que
se haya desvanecido. Pero aunque a priori
resulte remota constituye una posibilidad que late de nuevo en los corazones e
imaginación no sólo de los ciudadanos sino de los científicos cada vez que el
hombre se aventura a explorar el espacio.
Una
calima densa y marrón colorea una vez más el cielo aunque está despejado de
coches. La gente ha respetado la prohibición de volar esta mañana. Un sol
justiciero incide contra la superficie de la nave y curte un día más el polvo
del desierto. A las 10:59:50 segundos las cuatro pantallas gigantes anuncian al
unísono el comienzo de la cuenta atrás recogiendo un primer plano de la base de
lanzamiento y EcosHispania IV. La tribuna elevada agradablemente refrigerada
donde se sitúa la sala de prensa es ahora un hervidero de actividad y voces que
trasladan información e imágenes en directo y simultáneamente a cualquier punto
del planeta.
A
las once la nave, desprovista de cohetes y lanzadera, se alza puntual en el aire a unos 140.000
km por hora escupiendo por unos instantes un zumbido sordo y una fina estela de
arena y calor por encima de una vorágine de cabezas, cámaras de periodistas y
corresponsales y dispositivos personales. Y ante el silencio admirativo de una
multitud de ojos expectantes EcosHispania IV atraviesa como una flecha
supersónica un ovillo de nubes arenosas encaminándose hacia la Luna y luego al
corazón de la Vía Láctea desde donde podrá llegar a Excelsius, su destino
final.
Recorren
en menos de tres días los 384.400 km que distan de la Tierra a la Luna. Y sin
dejar de orbitar, la astrofísica sevillana, Rocío, pone en marcha el radiotelescopio
electrónico mientras sus compañeros observan y analizan los datos que va arrojando
la pantalla sobre la magnitud y frecuencia de ondas electromagnéticas que
irradian las estrellas más próximas. Constatan con gran alivio que aquella zona
está libre de agujeros negros y, en consecuencia, no existe el riesgo de ser
atraídos y engullidos por su fuerza gravitatoria. Registraba la máquina los
últimos resultados cuando Gorka, el integrante más joven de la tripulación,
señala con el dedo el punto exacto de una estrella que acaba de morir. Precisamente
allí, en el cuerpo celeste que emite la señal más débil y el parpadeo más
perezoso de la constelación que rodea a nuestro satélite natural, tomarán la primera
teleautopista que les conducirá hasta la Vía Láctea, a unos 27.000 años luz de
distancia. Un salto de titanes directo al futuro más remoto que jamás hubiera
imaginado pisar algún día el ser humano. Lo más parecido a experimentar el
infinito y su abstracción. Pero antes es de vital importancia recoger y
conservar las coordenadas de la posición exacta que ocupa en el cielo aquella
estrella recién extinta. Al comportarse igual que un agujero de gusano
artificial, tendrían que volver a pasar por ella pero entrando por el otro
extremo para regresar de nuevo al tiempo presente.
Xavier,
el exobiólogo más alto y fornido, se sienta en la cabina de pilotaje y se
encarga de virar y dirigir la nave hacia la primera teleautopista. El resto de
la tripulación, incluidos los robots trillizos, se acomoda en sus
respectivos asientos y manteniéndose bien firmes y pegados al respaldo,
accionan el mecanismo del equipo de seguridad personal.
Los seis quedan encerrados casi al mismo tiempo en una cápsula anatómica transparente capaz de soportar la intensísima radiación inducida procedente del medio interestelar y amortiguar impactos producidos a velocidades superiores a la velocidad de la luz sin inflamarse, deformarse ni sufrir rasguño alguno. Como un rayo de grafeno EcoHispania IV se encamina directa hacia el ombligo de la estrella muerta. Un instante antes de penetrar en ella, Xavier pulsa el botón del mecanismo de protección individual y suelta los mandos de control.
Los seis quedan encerrados casi al mismo tiempo en una cápsula anatómica transparente capaz de soportar la intensísima radiación inducida procedente del medio interestelar y amortiguar impactos producidos a velocidades superiores a la velocidad de la luz sin inflamarse, deformarse ni sufrir rasguño alguno. Como un rayo de grafeno EcoHispania IV se encamina directa hacia el ombligo de la estrella muerta. Un instante antes de penetrar en ella, Xavier pulsa el botón del mecanismo de protección individual y suelta los mandos de control.
La
nave es atraída violentamente hacia el horizonte externo del cuerpo estelar dando
un vuelco al desviar inesperadamente su trayectoria. De pronto cae en el
horizonte interno por un extremo del agujero girando y acelerándose de un modo
tan vertiginoso e instantáneo que la tripulación tiene ahora la impresión de
que se ha detenido. Pero en realidad viaja a una velocidad imposible de
precisar superior a la suma de la velocidad de la luz y del sonido. Los cuatro
astronautas humanos permanecen expectantes, concentrados pero también azorados.
Sus pupilas pavorosas, náufragas buscan la luz del cielo cuando de repente sus
ojos, burbujas y la propia nave se colman con la extraordinaria visión de un
destello luminoso cercano tan vivo y colosal como una galaxia incendiada de
soles. Y son por espacio de unos segundos espectadores mudos de la fascinante
historia de la creación del Universo. Pero el viaje ni el tiempo se detienen.
Entran ahora en un agujero de gusano negro. Lo saben porque van a una velocidad
aparente mucho mayor y se dirigen hacia afuera. Dentro del gusano el flujo del
espacio convencional se invierte. Un nuevo flash de radiación proyecta esta vez
ante sus ojos no menos maravillados un film
de ciencia ficción sobre el futuro del Universo. Siguen cayendo y al cruzar el
horizonte externo de un agujero blanco, reciben el tercer reflejo luminoso que les
devuelve el espejismo del viejo Cosmos y el big bang. Al final del camino, el
pasado y el futuro se cruzan por unos instantes. Detrás queda el Universo original
formándose y delante, un nuevo mundo copia del anterior pero con los siete
astronautas planeando sobre lo que parece la Vía Láctea, rodeados de miles de
millones de brillantes estrellas. ¿Pero realmente podían asegurar que se
trataba de la Vía Láctea y no de otra galaxia de las millones que pueblan el
Universo en constante expansión? La incertidumbre se cierne de pronto
sobre sus cabezas cual espada de Damocles a punto de caer y truncar su misión y
esperanzas.
martes, 6 de enero de 2015
De cómo salvé la vida en el naufragio del Juncal
El catorce de octubre de
1631, un día después de que falleciera el capitán general de la
flota de la Nueva España, Miguel de Echazarreta, zarparon diecinueve
buques de Veracruz (México) en dirección a La Habana y con destino
final a mi lejana y añorada patria.
Viajábamos a bordo de la
nao almiranta Nuestra Señora del Juncal más de trescientas personas
y un cargamento superior a un millón de monedas de plata y reales,
oro y otros metales preciosos, cacao, sedas y tintes.
Al cabo de unos días,
encontrándome en cubierta con mis compañeros de tripulación, el
viento del norte empezó a arreciar encrespando la mar y atrayendo
hacia el galeón un ejército de nubes. Rápidamente el cielo se fue
cubriendo de oscuros presagios.
Bajo las órdenes del
contramaestre, los oficiales dividieron y organizaron en dos grupos a los marines, grumetes y pajes . Trabajamos con gran celeridad.
Manipulamos escotas y recogimos velas, corriendo unos hacia babor y
otros a estribor, nerviosos y agitados como una hueste de
enfebrecidas hormigas que se mueven sin rumbo aparente y una visión
clara de cómo actuar ante una emergencia.
Cuando bajábamos los
velachos del mastelero de trinquete, el cielo comenzó a escupir
rayos, truenos y mares de lluvia. El agua no sólo entraba por
cubierta. Nuestra Señora del Juncal estaba agujereada por todas
partes, de popa a proa, de arriba abajo, por la quilla, la bodega,
los camarotes…Nada parecía salvarse a las filtraciones del agua
del océano y la lluvia. Nos empleamos a conciencia en achicar de día
y de noche el agua con ayuda de los cuencos más inverosímiles que
se pueda imaginar, incluidos utensilios de cocina y de uso personal.
Después de dos semanas
de temporal nos faltaban manos y las esperanzas de llegar a salvo a
la costa de Campeche se desvanecían. Los camarotes estaban anegados
y en cubierta el agua y las ratas ahogadas nos cubrían la cintura.
El mástil mayor se había partido durante la realización de una
maniobra fallida. Nuestro fatídico destino se acercaba
inexorablemente. El Juncal se hundía con nosotros y parte del caudal
de monedas y metales preciosos que Felipe IV había demandado con
urgencia para que la corona española siguiera defendiendo y ocupando
su lugar hegemónico en Europa.
Mientras unos
continuábamos luchando contra los elementos y la razón, otros,
tanto pasajeros como parte de la dotación de marines, andaban en
apariencia ociosos. Entonces, sintiéndome de pronto desbordado por
los acontecimientos, me atreví a mascar mi primera y, probablemente,
única hoja de coca. Por suerte se conservaba prácticamente seca.
Mascando en silencio y lentamente agradecí aquel caritativo regalo
con que me había obsequiado un grumete estando aún en Veracruz.
Pero no estaba todo
perdido para algunos de nosotros. Las más de trescientas atribuladas
almas que había en el Juncal depositamos, en un momento u otro,
nuestros ojos y última esperanza en la lancha destinada a
salvaguardar el correo del monarca, a los nobles, al capitán y piloto
del galeón.
Un grupo de hombres muy
bien vestidos ofrecieron joyas al contramaestre a cambio de subir a
la pequeña embarcación y librarse así de una muerte segura. Al
parecer, tras varios intentos infructuosos por botar al agua la barca
que carecía de mástil mayor, desistieron y se marcharon cabizbajos.
Pero esto lo supe más tarde como también que aquellos aristócratas
se retiraron a sus camarotes a esperar que la providencia hiciera su
santa voluntad.
Apenas haría cinco
minutos que había retomado con más calma y paciencia mi inútil
labor de achicar agua, cuando el contramaestre me agarró de la
camisa sucia y mojada y, sin mediar palabra, me arrastró junto a
otro marinero hasta el lugar donde estaba la lancha. Nos sumamos a la
veintena de hombres que maniobraban la barcaza, mientras un clérigo
y otro pasajero se limitaban a observarnos y dar instrucciones que
nadie atendía. El contramaestre regresó con un puñado de refuerzos
más y, gracias a la experiencia y empeño del personal de la
tripulación, conseguimos al fin hacernos a la mar.
Aquella noche del treinta
y uno de octubre al uno de noviembre, subimos a la lancha un total de
treinta y nueve pasajeros, el religioso, un comerciante y treinta y
siete tripulantes, incluido el contramaestre. Mientras navegábamos
pesada y lentamente por Cayos Arcas, entre la Bahía de Campeche y
San Francisco, vimos afligidos cómo Nuestra Señora del Juncal
desaparecía en el Golfo de México llevándose consigo al almirante
de la flota Nueva España, Andrés de Aristizábal, y cerca de
trescientas almas más. Que en paz descansen.
Con la barca
sobrecargada, sin mástil mayor y apolillada, temí, y con razón,
que nuestras vidas corrieran la misma suerte. Desde el momento que
botamos la lancha, la mayoría nos dedicamos a recoger y tirar al mar
con nuestros bonetes el agua que entraba por múltiples goteras. Y
mientras unos pocos trataban de gobernar la embarcación y dirigirla
hasta San Francisco de Campeche, el religioso se empeñaba en
confesarnos y darnos la extremaunción a cada uno de nosotros. Sin
apenas discutirlo acordamos rápidamente por unanimidad arrojar al
clérigo a la borda con el fin de combatir no sólo el problema de
sobrepeso que sufría la lancha. Cuando fuimos a cogerlo en volandas
decididos a lanzarlo al agua, el muy astuto y rollizo religioso clamó
piedad una y otra vez aferrándose a mi brazo con la fuerza de un
león. No logrando zafarme de su mano, intermedié a su favor. Y
entre sus ruegos, mis argumentos y gritos suplicantes, persuadimos al
resto para que le perdonaran la vida. Finalmente tomamos la
resolución de desprendernos de la mitad de las joyas y el botín que
los nobles habían entregado al contramaestre. Una vez sanos y
salvos, repartiríamos el resto del tesoro.
Cuando despuntaba el alba
y después de pasar la noche en vela achicando agua, uno de los
oficiales dio la voz de aviso de que había avistado un bote. De
inmediato solté mi bonete, que quedó flotando en la superficie de
la barcaza. Y levanté la mirada entre desfallecido y sorprendido
buscando en el horizonte un resquicio de vida y movimiento al que
agarrarme y no morir. Entonces divisé y reconocí el patache, la
embarcación encargada de comunicarse y coordinar los diecinueve
navíos que integraban la flota de la Nueva España. Tratamos de
ponernos en pie todos a la vez mientras gritábamos y dirigíamos
aspavientos de desbordante alegría y agradecimiento a nuestros
salvadores. Un marinero y yo, no pudiendo contener por más tiempo la
ansiedad y la emoción que nos embargaba, nos zambullimos de cabeza
en el mar y nadamos extenuados y felices el centenar de metros que
nos separaba del patache.
Ya en tierra, en
Campeche, tuvimos noticias de que Nuestra Señora del Juncal no había
sido el único navío de nuestra flota que había naufragado durante
la travesía entre Veracruz (México) y La Habana (Cuba). También lo
habían hecho, y antes que la almiranta, el galeón de escolta, Santa
Teresa, y la nao mercante, San Antonio. Pero esta nueva desdicha no
era la última que habríamos de lamentar. Porque a los pocos días
de desembarcar, nos detuvieron a treinta y ocho de los treinta y
nueve supervivientes del Juncal. La acusación: protagonizar un motín
y provocar el naufragio de la nao almiranta. El denunciante: el
religioso. ¡En mala hora no lo echamos a los tiburones!
Tras meses de incertidumbre arribamos a Cádiz el
dieciséis de abril de 1632. Había
transcurrido casi dos años desde que zarpamos de Sanlúcar de
Barrameda rumbo a América. Pero aún tuvimos que armarnos de
paciencia un poco más de tiempo antes de ser requeridos por la Casa
de la Contratación, en Sevilla, y declararnos, por fin, inocentes de
un delito que no habíamos cometido.
Relato publicado también en la revista eye2magazine.com
Relato publicado también en la revista eye2magazine.com
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El príncipe feliz