La nave EcoHispania IV recorre
solitaria la ignota galaxia Dioscuros. Una hora más tarde se dispone a
aterrizar en el sur de Excelsius, su cara visible. Tienen suerte, aún no se ha
ocultado el sol. Y pueden ver un campo de dunas y rocas de hielo, envuelto por
una niebla baja de un color gris blanquecino. Como si el exoplaneta viviera de
continuo abrumado por la amenaza de una lluvia torrencial que nunca acabara de desatarse.
Un cielo melancólico, exiliado en un mundo sin apenas claridad. Porque aquí los
días se suceden presurosos, efímeros como espejismos de luz que se desvanecen
en ciento treinta minutos. Para luego caer en un gélido y profundo sueño de
veinte horas.
Registra una gravidez
superior a la de la Tierra. Su temperatura ambiental marca -40 grados
centígrados. Su atmósfera se compone de dióxido de carbono, nitrógeno,
hidrógeno, monóxido de carbono, amoníaco y metano. Y carece de oxígeno. Un
ambiente irrespirable semejante al de la Tierra primigenia.
Xavier elige una
extensa llanura de nieve granulada pero al ir a posarse el vehículo se tambalea
inesperadamente. A sus pies se ha abierto una profunda sima helada. Hace
equilibrios para no caer y, elevándose
de nuevo, prueba de aterrizar unos metros más adelante con igual resultado. Sin
embargo, en este segundo intento los astronautas descubren que el cráter entierra
algo más que témpanos. “¿Minerales? ¿Hidrocarburos?”-se preguntan intrigados.
Como las dunas
corredizas les impiden aparcar en un lugar estable, permanecen en el aire
mientras envían a los androides a explorar la zona. Los tres robots saltan
dentro de la segunda sima y descienden ralentizados uno tras otro sus ochenta
metros de profundidad como si se ayudaran con paracaídas. El humanoide rubio
guarda en su concavidad abdominal un bote hermético que contiene muestras de
hielo. El moreno recoge y agrupa varios fósiles de animales vertebrados e
invertebrados que ha localizado en la capa superior de la depresión. Dos de
ellos son calaveras completas que pertenecen a diferentes especies cuyo volumen
craneal recuerda al del Homo sapiens. El tercer androide se encarga de sondear
el terreno y extraer materia descompuesta para su análisis y datación.
Xavier y Rocío
determinan que los huesos tienen más de un milenio. El hielo es en realidad
litio cristalizado. Y descubren amoníaco, metano y dióxido de carbono en el
subsuelo, fruto de la descomposición de bacterias, plantas, animales y sus
desechos a lo largo de millones de años. Lo más esperanzador, con todo, es que
detectan residuos de agua, muy ínfimos pero al fin y al cabo agua. Hallazgos
que les lleva a conjeturar que también hubo hace mucho tiempo vida vegetal. Los
científicos se encierran en un silencio larvado de quimeras imposibles, de
hipótesis inverosímiles. “¿Qué es lo que propició la evolución hacia formas de
vida complejas y anaerobias, algunas de ellas presumiblemente inteligentes, a
partir de dióxido de carbono y en ausencia de oxígeno?” Andan tan abstraídos
cavilando que se han olvidado por completo de Gorka y Almudena.
Hace ya horas que ha
oscurecido cuando se despiertan y resuelven tomar rumbo hacia la cara oculta de
Excelsius. La zona norte registra una temperatura más moderada, 0 grados. Al estar
situada a mayor distancia de su núcleo que el hemisferio sur, donde sufre un importante
achatamiento, aquí el peso de la gravedad es inferior. Al cabo de unos minutos
amanece con el tímido resplandor de una cerilla. La niebla ha desaparecido. La
temperatura asciende hasta alcanzar los 5 grados. El aire mira cristalino, misterioso,
levemente rosáceo como si se hubiera impregnado del rubor de un lejano crepúsculo.
Un ambiente cálido y ensoñador que, sin embargo, alberga un paisaje agreste,
invernal y telúrico dominado por moles de rocas agujeradas y grandes planicies salpicadas
por discretos oteros blancos de litio cristalizado. La vista no tropieza con ningún
árbol, matorral o planta silvestre. Pero hay algo de color oscuro de distinto
tamaño, con formas caprichosas, zoomórficas incluso, que parchea el camino
blanco. Lejos del roquedal descuella una imponente montaña nívea engastada al
parecer de granos de litio bruñidos por un sol deslucido, de mirar anciano,
lánguido. Una luz próxima a extinguirse.
Consiguen aterrizar al
primer intento en un solar llano y firme próximo al paraje de rocas. Los robots
inician su expedición por el roquedal. Los astronautas no salen de su asombro
mientras siguen sus movimientos desde la nave a través de las cámaras que
llevan incorporadas en sus receptores oculares. En la mayoría de cuevas que registran,
se encuentran cadáveres de animales pintorescos en avanzado estado de
descomposición o su esqueleto. Todos carnívoros y con una considerable
capacidad craneal. Identifican también los restos de las dos especies halladas
en la sima del sur que confirman que su talla es similar a la del Homo sapiens
pero de complexión más fuerte. Una especie tiene por extremidades superiores un
par de brazos a medio camino entre unas aletas, alas o tentáculos cubiertos de
cerdas oscuras al igual que su cabello. Mientras que en el otro animal apenas
se diferencia sus patas delanteras de
las traseras. Las inferiores acaban en forma de largas y curvilíneas uñas como
las de un felino y las manos recuerdan más a las de un simio. Por su volumen
encefálico presuponen que eran tan inteligentes o más que los humanos. Y,
además, deducen por su posición yacente que expiraron en lo que parece constituían
sus hogares u hospitales. Sin embargo, no hallan ningún vestigio de cultura en
forma de herramientas, escritura o arte.
La colección de osamentas
que se amontonan en las oquedades de la roca revela también que fenecieron en
masa en un breve lapso de tiempo. ¿Se debió a una catástrofe natural? ¿Fue un
meteorito?¿Tal vez la erupción de un volcán?¿Una guerra? No. Los cuerpos se
conservan intactos, no sufren quemaduras ni heridas. ¿Pero que murieran en su
cama significa que lo hicieron plácidamente? Intuyen con un escalofrío que
tampoco debió ser así.
Cierran los monitores y
aguardan callados el regreso de los androides. La imaginación de Xavier, sin
embargo, vuela ahora lejos, muy lejos de Excelsius y se sienta en las aulas de
la Universidad a recordar sus clases de física, química y biología. Repasa los
elementos de la tabla periódica y sus combinaciones. Luego recala en la
prehistoria y se cruza con los amos indiscutibles del mundo durante millones de
años, los dinosaurios. Descubre los primeros homínidos al abrigo de los árboles
de la sabana. Cuando se fusionaba en su mente el homo de Neandertal con el homo
sapiens y otra especie desconocida, horripilante en apariencia pero tan
inteligente e insólita que era capaz de transmitir a su prole los conocimientos
adquiridos y la cultura heredada genéticamente, una voz desafinada le conmina a
girar la cabeza al igual que a Rocío.
Almudena vuelve a formular
la misma pregunta:
-¿A qué esperáis a
enterrar a Gorka, o es que pretendéis embalsamarlo en la Tierra para que lo
veneren como un héroe nacional? No sé si lo sabéis pero está muerto- añadió encogiendo
los hombros tras advertir la muda reacción de sorpresa del hombre y la mujer.
La astrofísica de
Toledo no sólo ha recobrado la conciencia sino también su peculiar vis tragicómica.
Antes de organizar las
exequias de Gorka, deciden investigar la naturaleza de las extrañas manchas que
salpican el camino. Y descubren, no sin gran pavor, que se trata de costras que
ocultan más cuerpos sin vida. Una capa mucosa y maloliente que recuerda al
amoníaco, adherida a la piel gelatinosa, pelo, plumas, escamas o caparazón de los
cadáveres.
Más tarde, cuando los humanoides
excavan la montaña blanca, los astronautas confirman sus secretas sospechas. La
montaña resulta ser otra sepultura…el cementerio de cientos de seres
extraterrestres, hacinados allí precipitadamente por razones que desconocen. Rocío
aparta la vista. Pero sus ojos no pueden escapar de tanta desolación. De la
muerte que anida inhumada por capas de litio, rocas, pústulas bajo una luz pálida,
agonizante. La noche, esa negrura casi eterna
que lo cubrirá todo, acecha cerca, muy cerca con su lúgubre mortaja de hielo
para, una vez más, velar a sus muertos.
Apuran los últimos
destellos del sol para enterrar a su compañero en una fosa que cava en un
montículo el robot pelirrojo y que corona con una cruz unida por dos huesos. Reprimen
su deseo de salir fuera a despedirse de Gorka porque el Instituto Espacial
Surconfederado se lo ha prohibido expresamente. Y tras llorar su muerte y
asumir con tristeza que la infinitud del Universo seguía obstinándose en
arrinconar al hombre en una soledad sin salida, emprenden entre tinieblas el
camino de regreso a casa.
Los argonautas se
preparan para franquear la primera teleautopista. Las muertes del exobiólogo y del sueño de que Excelsius
albergara vida inteligente los mantiene, sin embargo, acogotados por el
silencio cósmico y un peso fúnebre. En cuanto Xavier y Almudena reconocen a su
madre galáctica, la alegría y las risas eclosionan de pronto como el nacimiento
de una nueva vida. Rocío tarda en unirse a ellos. Almudena se desliza y va en
busca de la chica. La desembaraza de su
protección y deja escapar un alarido de
horror que alerta a Xavier. El rostro de Rocío les mira fijamente con las
cuencas de los ojos vacías, sangrantes. No respira.
En su segunda escala,
los dos supervivientes enfundan sus cuerpos como quien trata de blindar su vida
confinándose en compañía de su enemigo letal en un búnker acorazado de grafeno.
Almudena siente un escalofrío de contrariedad y aprieta los párpados.
La astrofísica
despierta exultante tras superar con éxito la peligrosa travesía. Su felicidad
esta vez no está justificada tanto por el hecho de haber llegado a la Luna como
de haberse librado de una temible muerte. Sin embargo, demora hasta el momento
que se restablece la gravidez enfrentarse a la suerte que ha deparado a su
compañero.
El recuerdo de Rocío
acompaña sus pasos vacilantes, la respiración entrecortada, el corazón y las
manos en un puño. Hasta que no abre la cápsula transparente no advierte que
Xavier se retuerce de dolor con los ojos en blanco. Almudena recula lentamente
negando con la cabeza, con la mirada extraviada. Cree que sufre de nuevo
alucinaciones y grita presa del pánico mientras deambula por la nave sin rumbo
cierto tratando de huir de sí misma. Xavier expira mudo cuando los robots contienen
a la astrofísica, que quiere lanzarse al vacío.
La inquietud empieza a
asomar en el Instituto Espacial
Surconfederado (IES). Desde hace un par de días aguardan el regreso de
EcoHispania IV. Los malos presagios comienzan a correr por los Estados Conferados
del Sur y, de allí, al resto del mundo. Sin embargo, a las 17:00 horas la nave
establece comunicación con IES informando de su inminente arribada. El personal
del Instituto espacial se organiza sin dilación con el fin de garantizar un
aterrizaje seguro. Los periodistas y corresponsales despiertan de súbito de su agónica
espera en la sala de prensa. Las autopistas y carreteras se colapsan. Las
bocinas de los coches enervan la impaciencia por llegar a tiempo para presenciar
el aterrizaje.
Las puertas de la
aeronave se abren y emergen las tres copias de robots que saludan al
enfervorizado público. Los vítores y flashes se detienen de pronto a la espera
de que salga el resto de la tripulación. Transcurren los minutos y continúa sin
comparecer ninguno de los cuatro astronautas humanos. La gente empieza a murmurar
en sordina sorpresa. Los periodistas hacen pública la desaparición, aún no confirmada
oficialmente, de las astrofísicas y los exobiólogos. Y no tardan en calificar de
rotundo fracaso la misión Exodus I.
Entre las filas
caóticas de espectadores un hombre se convulsiona estrábico y se desploma sobre
su vecino. A un centenar de metros, otra mujer entra en trance y continúa
agitándose unos segundos sobre la mantilla de arena del desierto. El ritmo de
los caídos no cesa de crecer en los siguientes minutos. Su agonía es
silenciosa. Sólo gritan los sobrevivientes, que corren despavoridos mirando al
cielo, cubriéndose la cabeza…cayendo finalmente derrotados en el campo de
batalla. Moribundos, enmudecidos, sin entrañas por un obús de enemigos invisibles.
El gobierno de
Andalucía decreta el estado de emergencia mientras un equipo de científicos estudia
y trata de luchar contra una mortífera bacteria. Un microorganismo comunitario,
extremófilo originalmente anaerobio que vivía adaptado a un medio sin oxígeno
que ha mutado rápidamente en aerobio. Un asesino compulsivo, un devorador
insaciable, indestructible dotado de gran inteligencia, dispuesto a conquistar
la Tierra y forjar una nueva estirpe que dominará el Universo.