lunes, 3 de septiembre de 2018

Besos en el Danubio


Tras dos años sin saber de Gabi, nos volvimos a encontrar este verano en la calle Mayor de nuestra ciudad. Gabi y yo nos conocimos en parvulario y fuimos amigos inseparables hasta el instituto. Mientras nos poníamos al día me di cuenta de que pese al tiempo transcurrido seguía existiendo entre nosotros la complicidad de antaño y un fuerte vínculo emocional. Yo me acababa de licenciar en biología y él tenía que recuperar en septiembre Estadística para acabar la carrera de Psicología. Ese contratiempo, no obstante, no había mermado el optimismo de mi viejo amigo y sus ganas de disfrutar a tope del verano. Como ambos llevábamos algo de prisa, Gabi me propuso quedar para el sábado siguiente en un local nocturno de copas, El Danubio, que se había inaugurado hacía pocas semanas en un polígono.  Aún lo ignoraba, pero mi vida estaba a punto de dar un vuelco.

El sábado por la tarde/noche, tras callejear por la ciudad y cenar un frankfurt en la terraza de un bareto, nos dirigimos a El Danubio. Nada más entrar me quedé boquiabierta. Lo primero que vi era una especie de muelle o embarcadero. Para llegar a la barra del bar y la zona de mesas había que franquear un puente de maderos entrelazados con cuerdas. Como era complicado mantener el equilibrio con tanta oscilación y no caer en el foso de agua iluminada y teñida de azul por cientos de bombillas, me agarré rápidamente a los dos pasamanos de cuerda que había a un lado y a otro de la pasarela.

La barra, que era un viejo barco reciclado, se iba balanceando ligeramente en el agua. La tarima de tablones de madera que había frente a la barra para pedir las consumiciones estaba bien fijada al suelo, por suerte. Desde allí avisté al fondo un coqueto embarcadero y las primeras parejas que ocupaban las barcas amarradas. Pero Gabi me condujo a otro lugar sin darme explicaciones. Y yo lo seguí como una corderita perdida por el interior de la nave.
Lo que no me esperaba en absoluto que para llegar a las mesas hubiera de descalzarme, lavarme los pies en una ducha baja y ponerme una especie de calzón impermeable y desechable como mínimo dos tallas por encima de la mía.  Todo por ser una estudiante pobre y no poder pagar el acceso al embarcadero y disfrutar de la velada subida a una barca. Y sin mojarme ni arrugarme como una pasa. Al salir del vestuario, miré con cierto horror y reproche a Gabi porque me había obviado aquellos detalles y decirme que me trajera mi propio biquini. Descendí la escalinata cabizbaja y pudorosa. De inmediato sentí cómo el agua fría iba subiendo de los pies a los tobillos, a las pantorrillas... No pude reprimir un súbito estremecimiento al rozarme los muslos.
De pronto Gabi me pidió disculpas y se fue a saludar a un grupo de chicos que había sentados a una mesa cercana a la escalera. La incomodidad de sentirme húmeda y ridícula con aquellos calzones hizo que tardara un rato antes de reparar en uno de los jóvenes. Verlo me provocó un instantáneo temblor de piernas y de la mano con la que sujetaba la sangría. No podía ser. Era Joan, ese compañero tan guapo, homosexual y de exquisitos modales del instituto. Mi amor platónico. Ese amor imposible que siempre deseé en secreto y que me generó en la adolescencia tanta vergüenza y culpabilidad hasta el punto de no atreverme a confesárselo a nadie o admitirlo abiertamente, ni siquiera a Gabi, estaba ahora aquí en El Danubio. De repente a la incomodidad que experimentaba se añadieron unas ganas imperiosas de salir huyendo y desaparecer ipso facto del campo óptico de Joan, aun a riesgo de hacer el ridículo luciéndome por las calles con aquellas pintas danubianas.
Traté de disimular lo mejor que supe en aquellos instantes para intentar no llamar demasiado la atención. Me senté con premura en el primer poyete que me encontré. Y al hacerlo algo helado seguido de una quemazón en la piel me sobresaltaron. Me había caído un cubito de hielo sobre el muslo derecho. No me lo creía, cómo podía ser tan torpe.
Me entretuve un rato tratando de rescatar al díscolo cubito del agua donde flotaba corriente abajo (llevaba tres infructuosos intentos y mi impaciencia por atraparlo iba en aumento) mientras dilucidaba qué demonios haría después con el hielo, si devolverlo al vaso o aguantarlo en la mano hasta derretirse o ya no soportara más tanto frío que lo tuviera que dejar caer de nuevo con disimulo en aquel río de mentirijillas. Pero al oír de pronto la voz de Gabi dirigirse a mí,  me incorporé de inmediato y mis ojos se tropezaron inesperadamente con los de Joan. Apenas entendía lo que trataba de decirme mi amigo. Creo que me quería explicar algo así como: “ Mira a quién me he encontrado, a Joan. ¿Te acuerdas de él de cuando íbamos al insti?”. No me dio tiempo a pronunciar ninguna respuesta. Ni buena ni mala. Porque el tiempo de reacción de mi mente de pronto era lentísimo, incluso inexistente o se había paralizado al igual que la expresión de mi cara, congelada, inanimada.
Joan me miró fijamente y acercándose comentó: “Siempre supe que acabaríais juntos porque en el insti erais almas gemelas, inseparables”. Gabi se sonrió y contestó que nos queríamos como hermanos y que nunca podríamos ser pareja porque sería algo así como traspasar la frontera del incesto. Una posibilidad inconcebible, vamos. Dicho lo cual, Joan se inclinó hacia a mí para estamparme dos besos y yo le ofrecí una mejilla. Y al ir a girar la otra mejilla, mi boca  entreabierta se tropezó inesperadamente con sus labios húmedos, suaves pero decididos. Luego su fina piel se separó por un momento de la mía apenas un milímetro. Sus ojos verdes entornados me miraban ahora con un inusitado brillo e intensidad y nuestros labios se atrajeron de nuevo pero esta vez como dos fuerzas magnéticas irresistibles y se besaron trémulos, delicados y anhelantes una, dos y tres veces. Por unos segundos, me asaltaron las dudas. Tal vez Joan había bebido. Sin embargo, su aliento no lo delataba. Sus ojos tampoco mentían al igual que la vehemencia de sus besos. Eran puro fuego.  Deseo. Pasión.  La ternura en mayúsculas. Y me sonreí con cierto regusto a  autoreproche por haber estado tan errada todo este tiempo.


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